domingo, 17 de mayo de 2009

Imaginando la reunificacion de Pangea


La noche anterior a esta en la que escribo, despues de un arrebato que hace mucho tiempo no sufría, me hice el turista a visitar las olvidadas tierras de mi viejo Andador 20 de Noviembre, a divertirme entre los cientos de animales sociologicos cumpliendo cada uno una mision en especial.

Pero son tierras hostiles donde la Visa de entrada es una botella de Ron añejo y el pasaporte una entera caja de cigarrillos (de la marca que sea, es una tierra para nada quisquillosa).

Yo iba solo a tratar el néctar de olvidarme del caos mental en el que estaba. Y durante un rato todo pareció funcionar... algo de siete cigarrillos enseguida, unos tragos al licor y A la orilla de la chimenea impartida por el trovador de las Ramblas... Froilan.

Y fue curioso, porque por primera vez la gente me pareció hasta inteligente, porque no. Por primera vez algunos u otros no fueron los idiotas de costumbre, acostumbrados a la ineptutud de su religion para decir por fin alguna buena cita.

Cuando me vi ya entonces demasiado ansioso de desaparecerme esa idea me retiré hasta una isla donde pude encontrarme en la barra a Paco.

El marinero español de sangre gallega y piel mexicana.

¡Que gusto por fin brindar a su lado! Hace tanto tiempo que su vieja silueta no se dejaba ver en las tierras perdidas. Y que sano aunque escupa sangre, y que sobrio aunque beba vino.

Entonces hablamos, hablamos de mujeres. Las de aquí, las de allá, de las que uno no deberia enamorarse y de las cuales otras tampoco. Y entonces Marina, oh, Marina, y que mucho mejor tatuarse el nombre de tu hija que el de un amor. Que no duran, que los hijos, que no se cambian, que va, joder, me cago en Dios.

Al despedirme del viejo lobo de mar, recordando alguna fecha para unos tragos y seguir pensando en mujeres, la noche enseguida fue una combinacion de conversaciones idiotas, musica simplona y menos, menos tabaco.

Ah, esperar a que todo el mundo cierre, que nostalgia. Seguir bebiendo sobre la capota del auto de Abraham y cuidar de la rosa blanca que le compré a Beatriz, aunque no estuviera tomada de mi mano, ni me hubiera soportado el estado o que ni me hubiera besado la frente mientras me acurrucaba con un café al unisono de Violet Hill.

Maldita sea Coldplay.

Salud.

1 comentario:

Carlos Esparza dijo...

Pangea, maldita pangea. Divida y hostil.

Bueno, mi amigo, las anecdotas de aquel lobo me supieron a lo mismo. Y que decir de las rosas, su aroma se me antoja igual que aquello que me sale de los intestinos.

Odio las flores, por cierto.

Bueno trago, buena entrada y salud.