lunes, 13 de abril de 2009

Somos solteros, nena (II)


La ultimada semana de vacaciones pasó sin pena ni gloria.

Con un festival de cine propio y personal (tres a cuatro peliculas en casa al dia durante cinco dias, con la ganadora del festival como mejor pelicula a Marley & Me), la casa hecha un desastre de ropa sucia, comida a medio terminar, cajas de pizza, refrescos, colillas de cigarros e insomnios a propósito del horario de verano, la semana siguió su curso como si no existiera realmente el verdadero descanso.

Fue algo demasiado onírico.

Sin embargo, la segunda visita a Las Animas, Jalisco, ese pequeño espacio de campos dorados y verdes, secos y vivos, fue realmente estimulante.

La caminata vespertina por entre los caminos empedrados, esa incertidumbre de no saber donde termina la muerte vegetal y comienza a retoñar ese arbol caído a la mitad del campo, el río que, a pesar de la sequía, aun corre atravezando el rancho y el salvajismo de la naturaleza, como fronterizando al hombre solo por nombre, porque a todos invita a cruzarse.

Sin sistemas politicos de por medio.

Y el agua es exquisita. Fría (o tal vez tibia, no sabría diferenciarlo con estos humores del clima donde el calor es insoportable) y algo turbia, para masajearte las entrañas con una delicada sutileza.

El aire es fresco, verdadero aire, no el enlatado que te espera en casa, ya exageradamente capitalizado. La chicharra suena detras de unos cuantos nopales y las hormigas hueso caminan lentas y solitarias por la tierra ya brillante, reflejada por el sol de las cuatro.

Y dormir ahí en la noche, oh señor, es arrullarse al son de los grillos y uno que otro aullido de coyote, aislado hasta lo mas recondito del bosque. Es verdadera paz, quiza solo acosada por las constantes pesadillas que me sofocan ultimamente.

Es extraño pensar que los sueños con V empiezan a ceder, pero dejandome un mundo de pesadillas.

Posiblemente tengan que ver con mi novela y su extraña tematica de violencia realista.

Sin embargo, todo esto pierde el sentido cuando se puede aprovechar lo unico bueno de estas fiestas religiosas (la cuaresma) y es la comida.

En la mesa desfila la sopa de pescado con su carpa nadando entre los vegetales, los huachales con sus granos dorados en un caldo rojo, las tortitas en mole, tibias y bien condimentadas, los nopales con habas, al chile y obra de un caliente plato hondo.

Y de postre, la tradicional capirotada. Esa dulzura de birote envinado con cacahuate, pasas y chochitos dulces (opcionales para los menos acostumbrados a la pureza de un buen platillo).

Pero lo mas inspirador es el viaje de ida y vuelta, Mas allá del trapecio dorado, con las casitas abandonadas, aisladas al fondo de un campo llano, vacío, con sus jardincitos campiranos y los altos arboles protegiendo sus entradas.

O los tatuajes que son las cocechas en las viejas colinas. Las ferias publicandose a lo largo de las laderas. Las costumbres de los pueblos, tan inocentes, tan propios de un mundo alejado del modernismo.

Y pienso que quizá, solo quizá, algún dia pueda disfrutar de un espacio así.

Propio de un solitario escritor.

Salud.

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