sábado, 2 de octubre de 2010

Otoño en Angelópolis


A unas semanas del inicio del Otoño no puedo soltar la idea de sentirme en ese ambiente de melancolía, confort y felicidad relajante que siento siempre cuando llega el Otoño.

Y ahora potenciado por el nuevo entorno y la grata compañía de una dama de ojos pispiretos, se siente todavía mejor al ver las hojas caer, aunque falten de sus colores dorados y castaños.

No ha llovido mucho en estas semanas, primerizas, de Otoño, pero el frío ya comienza a helar la región del centro y las mañanas, cuando no se va uno a trabajar, saben deliciosas con su frío acogedor, su café de las diez y los huevos estrellados en el plato limpio.

Ese plato unico entre la pila inmensa.

La gente parece estar muy acostumbrada a este clima, incluso se puede preveer que apenas es una cucharada limpia de frío ante lo que se viene después, ya que pocos van abrigados y la brisa fuerte no tumba ni al mas impío de los traseuntes.

Sin embargo, da gusto salir en las mañanas a chamarra y bufanda. Con las manos en los bolsillos de la misma y fumandose un cigarrillo un poco sin tanto ajetreo.

El otoño en la ciudad es distinto al otoño de este mundo emplumado y resguardado.

Allá todo el año se verán las clases sociales llenas de alboroto y calores empalagosos. El clima es un voluble hijo de perra que de repente puede hacer frío en la mañana y el resto del dia, y noche, hace una temperatura monstruosa, acompañada del ruido de automoviles, música plástica, murmullos a voces altas y zapateadas sin ritmo, ton o son.

Acá, en Angelópolis es un frío romanticista. Es una caricia en la mañana entre las cobijas del colchón y la brisa que se escabulle por la ventanita. Son las pantuflas calientitas y el agua fría entibiandose con los minutos transcurridos.

Es el aroma a café recien hecho. Es la sensación del sueter regalado. Es la música de Billy Joel, B.B. King y The Seatbelts. Son las fotos de una pareja apapachandose sobre la barra. Son los grillos, el ejercito de ellos, que saltan de un lado a otro protegiendo la fortaleza.

Es la planta en su pequeña maceta a corazones.

Y a pesar del frío, el corazón se calienta cuando ella se aparece cruzando la puerta de vidrio del establecimiento, o cuando me acerco a donde esté ella y esta misma ríe al compas de sus compañeras.

Es una cena de huevos revueltos con papás fritas, es el calor de sus brazos alrededor del mio mientras vemos una pelicula gore.

Es el calor de no pedirle nada mas a la vida.

...Bueno, quizas solamente agua caliente en las mañanas.

De ahí en mas, el Otoño se ve prometedor. Y el invierno, fantástico.

Salud.

2 comentarios:

Gessekai dijo...

Aw, ya veremos que tal te adaptas al invierno fatal...
por cierto, ¿iremos a ver ofrendas?

J.P. Medina dijo...

¡Of course, Guapetona!

Ofrendas, altares, y la exposicion de artesanía en el Barrio del Artista.

Ya verás que estará a toda mother.

Salú.