viernes, 20 de agosto de 2010

Ojalá que llueva café en el campo...


-Decía que el café sabía mejor con dos cucharadas y media de azúcar. Ahora se que sabe mucho mejor cuando la dama está presente y me acompaña al café.

-El café se toma sin azúcar, Pavel...

-Uy, una amargada a la vista.

-No. A mi me gusta el cafe sin azucar, asi se toma el cafe... Aunque si lo acompañas de algo dulce aparte, no en él, ...ñam ñam asi si que que rico.

-La verdad absoluta no existe. El café es un gusto universal y se bebe como a quien le paresca mejor. Algunos beben la abominacion que es un mokaccino. Otros beben capuccinos. Otros en frappe y no dudo que tu hayas probado uno de los anteriores o alguna otra ramificacion de la misma. Y no es malo, es un gusto compartido, una delicia universal. Y añadirle al café lo que uno quiera... es como ponerle parte de ti a ese calor de aroma tan exquisito. Lo mismo va para el alcohol. Se debe beber solo, y de igual forma la gente lo modifica a su gusto y ya es hasta aceptado. ¡Hay diccionarios de coctelería! ¡Millones de mezclas que son igual de aprobatorias! Matar es facil... solo hay que olvidarse de las dos y media cucharaditas en el café. Y listo.

-Puta madre...

-Yo lo llamo: Touché.

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Es curioso, pero realmente solo trataba de ayudarle a entender que todo es intrinseco.

Y es que el café no es solo una bebida que mantiene despierta a la gente. Es una filosofía completa donde se tiene mucho que aprender.

Pero para esto, debemos remontarnos a cuatro años en el pasado. Cuando vine a Puebla en una de las travesías del Guerrero Vagabundo.

La novia y yo habiamos quedado en casa de unos parientes suyos y se me había ofrecido una taza de café para acomodarnos la mañana.

Había bebido poco de ello. No me gustaba, pero tampoco me desagradaba, asi que preferí no involucrarme en faltar a la invitación y acepté gustoso.

Nunca olvidaré, como hasta ahora no lo he hecho, la cantidad exacta de azúcar que le dí a mi taza.

Dos cucharadas y media.

Dos cucharadas y media, una guitarra, algunos besos escondidos detrás de la pared y refugiados por la idea de que estabamos a solas sin estarlo tanto.

Quizás no fue el azúcar en si lo que endulzó el café con tanta perfección. Sino el calor de ese amor que hasta ahora no se ha apagado. O el dulzor de esos besos que aun puedo obtener cuando me he portado bien. O el oscuro opaco de la escasa luz que daba a ese recinto.

Sin embargo, se hizo costumbre la misma cantidad. Antes de, durante, despues de y en presente de.

¿Que es el verdadero sabor de los alimentos y bebidas? El que uno mismo le da. Los recuerdos que vienen de un montón de granos molidos, preparados y disueltos en agua caliente.

Algunos vienen con leche tibia y espuma. Otros con chocolate y envueltos en hielo.

Los míos son modestos. Sencillos, preciosos.

Los míos se llaman Patricia. O Matilde. O Guadalupe. Dependiendo.

Los míos se acomodan a la lluvia, a la noche allá afuera y a una conversación sobre sonrisas extremistas, dientes expuestos y persianas del alma.

Los míos, mis recuerdos, mi azúcar en el café, esas dos cucharadas y media, tienen nombre, dias de alistamiento y esfuerzo.

Y si, esperemos que allá afuera, en el campo, la ciudad o en donde sea, siga lloviendo café.

Salud.

3 comentarios:

Gessekai dijo...

¡Putamadre-e-é!
Eso nunca pasó >:c

J.P. Medina dijo...

Oh si, lo recuerdo como si hubiera sido ayer.
Y tambien recuerdo que los parientes estaban a dos cuartos nada mas de distancia.

Oh, por algo defendía con puño y letra mi amor por el café, Guapetona.

Salud.

Gessekai dijo...

Eso no te detuvo.