miércoles, 27 de mayo de 2009
De antiquísimos y aludes
Justo en la última curva de mi clandestino y rutinario recorrido se encuentra un pequeño mundo de colores azules, blancos y rojos arrojado a la altura de dos palmerillas. Está un poco abandonado, pero es porque debe competir con mundos minimalistas, de figuras oníricas casi extintas, para sobrevivir en esta urbe.
Allá afuera no importa, una barbería es el lugar perfecto para conversar con los de antaño y tener un buen corte de cabello, a navaja y tijera (y un poco de Gardel o La Sonora Santanera ambientando la fachada, cuando todo debería ser así de fácil).
Soy un romanticista del clasicismo (irónica afirmación, quizá hasta absurda), ahora que veo el triste local antes de bajar reconosco esta actitud controvertida.
Y no es que sea yo un anticuado, pero creo firmemente en los mundos trascendentales que ya han pasado y que no se llaman ahora. A pesar de que a estas alturas ya me hayan regañado por lo mismo, lo que es una carcajada del viejo español, una caída en el suelo ante la necesidad de hacermelo notar; y una quemadura tierna de cigarro que me recuerda a una mujer de distancias inimaginables. Hasta mitológicas.
Sin embargo, a pesar de ello, es díficil pensar en un Hoy cuando lo mejor es lo que ha existido.
Prefiero los eternos clásicos internacionales de la literatura antes de los borrachos modernos llamados auto-ayuda y promoción publicitaria. No entiendo el competir de Allende ante la fuerza brutal del dramatismo italiano, fachado a la antigua. Ni los perros que exigen lagrimas y evitan lo que es mas importante en la lectura: no exigirlas, regalarlas, hacerlas monógamas.
Y la música, oh, la música.
Me gusta mas escuchar a Joaquín Sabina, a Carlos Gardel, Checkfield, AC/DC, a Los centenarios Rolling Stones, Led Zeppellin, Creedence Clearwater Revival y una colección infinita del jazz mas añejado en la cosecha de este mi chateau (Miles Davis, Dave Brubeck, Charlie Parker, Dizzy Gillespie, John Coltrane, Louis Armstrong, Frank Sinatra, etcétera...) a tener que soportar los modernos ritmos hipocondriacos, hasta limitados, que se aprovechan de la ingenuidad de la juventud impresionable para vender y seguir vendiendo.
Que va, hasta para la poca música de hoy que me agrada, por mas obsesivo que pueda sonar, les prefiero en un tiempo pasado que en el presente (y ahí esta Coldplay cuyos discos siempre serán mejores entre mas empolvados se encuentren).
Y es que soy mediatico en ese aspecto, hasta un loco enamorado de los viejos tiempos. Soy de preferir, cobardemente, minutos antes de escribir estas letras a cuando estoy escribiendo estas otras.
Demasiado insano, hasta ofensivo, diría yo.
Pero tengo razón, y lo saben, que es lo peor, cuando afirmo que los viejos tiempos fueron los mas bellos, los mas simples, los mas encantadores.
Sucumbirle un baile en ese smoking negro a la dama que te acompaña bella en su vestido asentuado rojo. Respetar el código de honor a evitar un ataque por la espalda de quien sea, como fuera, que mas da. Buscar el conocimiento más allá de pedirlo por las causas egolatras, sino por la necesidad monstruosa y hasta sexual de saber más, de conocer más, de aguantar más.
Y si, ya lo he dicho... regalarle la mas hermosa de las flores a la mujer acongojada en sonrojarse y que esta sepa rozar con sus labios el borde de la envidiable vegetal humana.
Besarle sutilmente la frontera de los petalos para decirte: Si, te amo.
Ahora solo hace falta voltear a ver a la izquierda en el camión para escuchar el juego sadico y masoquista, cada vez mas evidente, de una sociedad melodramatica, exagerada, fatalista, arruinada por la necesidad de sufrir y hacer sufrir, solo para no morir de aburrimiento sobre el sofá mientras ven terminarse la telenovela de las once...
Si, los viejos tiempos, los que sean, siempre serán los mejores. Aun cuando sea el que me haya pasado escribiendo esto o el tiempo que se tomen para leerselo completo.
Salud.
PD: Mando al Diablo a quien me compita lo contrario. Es mi Delirium Tremens, despues de todo.
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